martes, 6 de octubre de 2015

Frío en la espalda

De veras, siento frío en la espalda cuadro veo la situación en la que nos encontramos las mujeres, ¿ustedes no? Estoy en Francia, en el suroeste, no en las metrópolis, pero sigo de cerca todo, y me quedo perpleja. Hace poco asistí a unas jornadas universitarias sobre el tema de las mujeres escritoras en el siglo XIX en el EHESS de París (http://www.ehess.fr/fr/), también me tocó el honor de tener una mesa consagrada a mi trabajo. Fue interesante,  aunque me sentía desfasada, yo siento corrientes subterráneas sacudir las mesas donde escribo, siento que nos estamos quedando atrás, sin derecho al discurso, a la palabra, a la acción vital. El otro día, en la biblioteca, seguía los debates en torno al tema de la división entre izquierda y derecha apenas visible en estos tiempos de contradicción (dentro de una cabeza muy racional, la contradicción es como un pecado, una falta que crea mucha responsabilidad, es el sentido religioso del pensar, entre dios y la nada, como decía Pascal), noté ausencia total de mujeres, en ninguno de los debates había mujeres, solo hombres. ¿Entramos en una etapa de patriarcado mundial? No lo sé, pero las mujeres se mimetizan con valores patriarcales, los defienden, se vuelven sus esclavas. ¿Cuáles son esos valores? Pues son culturalmente admitidos, divisiones del mundo, clasificaciones para el trabajo, la vida pública o la reflexión, la moneda usada de que "las mujeres no están hechas para pensar"...
Y no están hechas para dirigirse al mundo de igual a igual, una idea que late en la escritura en primera persona, escritura que comienza en cuanto trazamos la equidistancia entre mundo público y mundo privado, en el instante en que elegimos códigos lingüísticos para expresarnos, etc... Encontré problemas para hacer comprender que no creía en un feminismo esencialista (muy a la francesa) sino existencial, o empírico, para ser más concreta. Un feminismo que es una historia de mujeres, como la historia de esclavos del Africa, como la de los desposeídos del mundo entero, de mujeres atrapadas en sus cuerpos. Me sentí una cobarde cuando, por desatención, no me puse del lado de las mujeres que exponían esta vulnerabilidad, una exposición de una colega de Eslovaquia en torno a la novela de Mario Vargas Llosa, La niña mala, me llamó la atención, otra sobre las Mujeres en sendero, en medio de mi desatención y mi desarraigo endémico.
Me sucede que la concentración es un acto afectivo para mí, necesito no solo estar cómoda, sino sentirme acompañada. Siempre pienso en esa anécdota en la que Sócrates se pone una bolsa de papel en la cabeza para lograr concentrarse y escapar de cualquier mirada invasora. Las mujeres huimos de esas miradas inquisidoras. Son como un cuchillo. Dividen, cortan.

sin drama, hay que saber estar completa, integrada y atenta.

Estoy impaciente por hacer mi viaje a USA, poder hablar de los temas que me apasionan, compartir con estudiantes, encontrar mis marcas vitales. Como estoy leyendo el libro de Simone de Beauvoir, América día a día, mi fascinación crece, me parece que voy a vivir la misma experiencia y con la misma intensidad. Olvido que soy tan veleta que no siempre logro entregarme a una experiencia, mi interior tumultuoso muchas veces es una carga, los ríos profundos de mis países abandonados, un filtro y una ausencia que me pesa, las voces queridas agujeros en el pecho...

pero, insisto, trataré que esta experiencia nueva en norteamérica sea rica, interesante. Y escribiré sobre ella.