Descolonicemos el feminismo
Nunca antes hemos oído hablar tanto de feminismo. Estos
tiempos son a la mujer como el siglo XIX a los grandes descubrimientos que
revolucionaron nuestra vida cotidiana, la electricidad, la locomotora, la
fotografía y el surgimiento de la industria, antes de entrar al siglo XX y
descubrir, con Sigmund Freud, que las mujeres poseíamos un cuerpo, uno que
desde el inicio de la historia va a ser considerado como el principal problema
de nuestra existencia: ¿se nace mujer o se llega a serlo?
La gran pregunta que confunde a muchas mujeres (y hombres)
es si el sexo es también el género, si el hecho de poseer un órgano sexual
determinado hace que estas dos personas sean destinadas a una historia humana
diferente.
Empecemos por ahí y digamos que la historia de las mujeres
sería entonces: sometimiento, maltrato, invisibilidad, pobreza, marginalidad,
en suma, un conjunto de vejaciones contra aquellas que llevan el nombre de “mujer”,
palabra que remite a la persona de sexo femenino.
Y es esta última palabra la que plantea una serie de complicaciones a todas las
mujeres del planeta, si la “feminidad” es algo que adquirimos a través de la
educación, de la cultura, de la vida en sociedad, o si esencialmente estamos
marcadas por nuestro sexo de origen y poseemos calidades humanas distintas de
las de los hombres: somos más sensibles, más organizadas, más sacrificadas, más
solidarias, etc…
La antropología estructural nos invitó a pensar que hay
estructuras universales similares a las del lenguaje en todas las culturas. Es
decir, tendemos a clasificar y a ordenar de forma binaria, bueno malo, arriba
abajo, etc. ¿Qué sucedería si hubiese “un o una” tercer.a ecxcluido.a ese
trans- atravesado.a en nuestro camino, alguien que no se identifique con
ninguno de los dos géneros o sexos?
Grave problema, el miedo es que terminemos hibridizando el
género a tal punto que nadie se reconocerá en ninguno, que la feminidad se vaya
al basurero, que los hombres sean como las mujeres y las mujeres hombres, en
realidad el miedo es a una confusión general. Nosotro.as que tenemos una
historia milenaria pero que parece que hubiésemos empezado a existir solo en el
siglo XX, ¿de veras creemos que lo.as antiguo.as habitantes del Perú pensaban
igual, y cuándo empezó entonces esta clasificación que parece enloquecer a
mucha gente? Seguramente muchos y muchas dirán, con la llegada de los
españoles, ¿correcto?, con la llegada de la religión católica. Y quizás ahí
estemos avanzando un poco más, al hacernos la pregunta de si lo que creemos que
es una verdad inamovible pueda ser relativa o analizada en su contexto. Bingo.
Estas clasificaciones son parte de la dominación ancestral de las mujeres, no
solo estamos dominadas por una sociedad patriarcal, binaria,
discrimanadora con lo que somos y
representamos, sino que estamos doblemente dominadas al adquirir conceptos e
ideas en cuya elaboración no hemos participado, o sea, que han sido impuestas.
Las mujeres en América latina hemos sido inmediatamente
clasificadas como inferiores, racializadas como la parte negativa de la versión
positiva de una mujer ideal: la europea blanca. Esto está en el imaginario de
cualquier habitante del Perú, que sea del ande, de la costa o de la selva. De
ahí que la “belleza” sea un valor que solo se atribuye a las mujeres de rasgos
occidentales, o que liman sus rasgos más mestizos, ya sea con el maquillaje o
con la vestimenta (Ver Piel negra,
máscaras blancas, Frantz Fanon). La actriz Magaly Solier es un ejemplo de
discriminación, la llaman “huanaco” (en masculino) porque no se considera que
una mujer mestiza, aunque hermosa, pueda alimentar la libido de una mayoría de
hombres colonizados por el patrón extranjero de belleza.
Sin embargo nuestra colonización no es solo a nivel de
patrones de belleza, de cuerpos de mujeres catalogados como atractivos o “desechables”,
está en nuestro lenguaje que se ha mimetizado con la economía y que produce
solo cifras abstractas que ignoran a las personas que se encuentran detrás de
esas cifras. En una sociedad neoliberal como la nuestra la “monetarización” de
la parte humana termina produciendo la brutal explotación del congénero o del
otro opuesto, termina legitimando cualquier expropiación, de paso, las mujeres
en el Perú hemos sido expropiadas de nuestros cuerpos sometidos a una
legislación controladora y castigadora. La iglesia manda. No es una sociedad
laica y mucho menos igualitaria ni una que aspira a serlo, la sociedad entera observa
perpleja las rudezas de ese paisaje sin atreverse a transformarlo. ¿Por qué se
preguntarán muchas personas? Porque la mayoría recibe una educación de unas
elites patriarcales, arcaicas, y bastante colonizadas. Hay un corte eléctrico
cada vez que alguien quiere referirse a un pasado indígena, porque esto
significa identificarse con la historia de lo.as perdedores y lo.as dominado.as
que es la historia de nuestro país, la historia de una dominación, de un
fracaso épico. ¿Cuándo dejaremos de ver la historia de esa forma? No lo sé, hay que reescribir la historia y atreverse a
usar el lenguaje de manera distinta de la que nos han enseñado.
Las mujeres, mal pagadas, discriminadas y maltratadas por
un idioma plagado de prejuicios hacia ellas, inferiorizadas y brutalizadas por
ese mismo idioma, deben aprender a hablar solas y en voz alta, a pensar con
otras palabras, a ser, como diría Foucault, al hacer una crítica importante a
los dispositivos de poder, instauradoras
de discurso, he ahí lo que le toca esta lucha feminista en estos tiempos.
¿qué
tipo de feminismo queremos?
Difícil lograr consenso entre mujeres con historias tan
distintas, y en situaciones sociales diferentes. La primera muestra de que
existe un feminismo de clase es la reciente tribuna publicada en un diario francés
donde un grupo de mujeres de clase acomodada reivindicaba su derecho a ser
“acosada”, por resumirlo en términos generales. Otro ejemplo es la negación de
varios colectivos de mujeres a asumir la huelga general del 8 de marzo en
diferentes partes del mundo, por considerarlo como “capital de un feminismo
blanco y hegemónico”. Las primeras mujeres no veían un problema en el acoso, y,
desde una perspectiva de clase, la economía y el estatus social que las
protegía, reclamaban su derecho a ser también consideradas como parte del grupo
femenino. Las segundas, no se sienten incluidas por formar parte de la
población más vulnerable, la más borrosa, la más silenciada. Ellas no paran
porque si lo hacen pierden el trabajo, simplemente. Existe el feminismo “interseccional”
que atrae a las mujeres discriminadas por su color de piel y su situación
social (negras, indígenas, trans) haciéndonos ver que no es lo mismo ser una
feminista blanca, que una feminista negra y pobre. O chola y pobre. Ya vimos
que ni siquiera la fama o la fortuna logra convertir a las mujeres
inferiorizadas por su color de piel en una mujer “deseable” por el mundo
colonizado por las series de televisión y el mainstream mediático. Estas
mujeres tienen otra lucha concreta que librar, instalada desde que se produjo
la distribución del trabajo por etnia y género, desde hace mucho tiempo. Pensemos
en las empleadas domésticas en el Perú, ¿hay elección y cómo podemos ver a
tantas mujeres supuestamente “feministas” explotando sin remordimientos a
mujeres que bajan de la sierra en busca de un poco de pan? La pregunta entonces
es si podemos aspirar a condiciones de reconocimiento iguales en el mundo
entero, ¿el feminismo puede ser un movimiento universal? Yo creo que en su
definición, de “qué es el feminismo”, puede llegar a pactos universales, sea
donde sea será una lucha contra los poderes que traten de neutralizarlo con
patrañas, calumnias o difamaciones, pero no podemos pensar que todas las
mujeres estén en condiciones de pelear y luchar por sus derechos, muchas no
pueden ni siquiera detenerse en el ajetreado vaivén de su vida cotidiana, o
sea, naveguemos, surfeemos entre varios feminismos comprendiendo que lo
importante es que se produzca esa transformación cultural a nivel de representación
sobre lo que somos. Tenemos que pensar que, incluso cuando Simone de Beauvoir
escribió su ensayo El segundo sexo,
no se había tomado en cuenta (cosa que reconoció después), que no bastaba con la
lucha de clases, implicarse en ella, que habrá que librar una lucha paralela, anticapitalista,
contra la deformación de lo que somos como personas: la instrumentalización y
el valor de los cuerpos. Hay que construir, deconstruir, remontar, luchar, en
suma, renombrar (Flora Tristán dixit) este mundo que nos ha desfigurado hasta
perdernos en el camino, nos toca encontrar el camino de regreso.
La herramienta más poderosa de inclusión es el lenguaje,
ahí cada mujer podrá dejar la piedra que inscriba su historia, su rostro y su
nombre en la a-historización impuesta, pericia técnica para neutralizar y
dividir una lucha que no puede ser postergada, ni recuperada para ser
convertida en un remedo, una propaganda, o un ascensor para la visibilidad. Es
una revolución cultural, espistemológica (otras formas de conocernos) y espiritual, porque
¿cómo hemos hecho para llegar hasta aquí cargando tanta brutalidad, cómo hemos
construido relatos, historias, textos, testimonios? No podemos fijarnos el
concepto de la diferencia y la
arcadia comunitaria, por esa razón
creo que, desde una perspectiva distinta de las mujeres europeas o
norteamericanas, el feminismo que puede incluir a todas esas mujeres aun no
inscritas en la lucha es el feminismo decolonial.
Léxico:
Feminismo
esencialista o diferencialista
Las esencialistas proclaman
el derecho a la diferencia entre los sexos. Ellas valorizan de esta
manera una “naturaleza femenina” y especificidades propias a las mujeres que
son definidas como la antítesis de las de los hombres.
Figuras de referencia: Antoinnette Fouquet, Julia Kriteva.
Feminismo universalista
Para las universalistas la diferencia biológica no explica
las diferencias de comportamiento. Ellas rechazan la existencia de una “esencia
femenina” y rechazan los estereotipos de género, de identidad femenina que son,
según su punto de vista una construcción cultural que deriva de políticas
sociales.
Figura clave: Simone de Beauvoir
Feminismo Queer
Para luchar contra la dominación masculina, este feminismo instaura una crítica a la
heterosexualidad cómo régimen de poder y disciplinamiento, ubica a los cuerpos
como receptores discursivos que adquieren el género a través de la repetición
práctica y constante de unas caracterísitcas concretas. La sexualidad y el
cuerpo son considerado un instrumento de poder.
Figura clave: Judith Butler.
Feminismo interseccional
En esta corriente el problema
de la igualdad trasciende el problema de los sexos y apunta a integrar una
reflexión más inclusiva que pasa por una
convergencia des luchas contra todas las discriminaciones y presiones de sexo,
raza, y género. A esto hay que añadir el feminismo islámico que integra también
la religión del islam como instrumento de cambio.
Figura tutelar: Kimberlé Crenshaw
Feminismo decolonial
Este feminismo intenta
analizar los instrumentos con los cuales las mujeres nos representamos a
nosotras mismas, las dominaciones simbólicas, los servilismos, y la
colonización de las mujeres a través de los relatos y narraciones tanto en
ficción como en la historia. El cuerpo imaginado de las mujeres no occidentales
y no blancas. Este feminismo piensa que además de luchar contra los
determinismos del género y la repartición binaria del idioma, se debe aportar
nuevos conceptos de sexo y de género.
Figura de referencia: Frantz
Fanon.