EN
TIEMPOS EN QUE EL EXTREMISMO religioso domina; en que la secularidad se
entiende como un rechazo de lo que se podría llamar "vida interior " y como un
consumo desenfrenado de símbolos, ideas y conceptos listos para llevar; en que
el psicoanálisis tiende a cerrar puertas y la desconfianza general en los otros a afianzarse como una especie de neurosis, Teresa de Ávila ingresa en la
colección canónica de la edición francesa: La Pléiade. Claude Allaigre, Jacques
Ancet y Joseph Pérez se han encargado de editar algunos de los libros más
importantes de la fundadora de las carmelitas junto con textos de Juan de la
Cruz, su amigo y confesor.
En
pleno periodo de la Reforma en la España del siglo XVI, Teresa de Ávila
representa una experiencia que no tiene arrugas, ella nace de la ruptura entre
judaísmo y cristianismo, islamismo y humanismo del Siglo de Oro, pero su aporte
a la literatura es más complejo, polémico, violentamente carnal. Teresa de
Cepeda y Ahumada inicia esa corriente que se conocerá más tarde como Barroco y
que tendrá puntos álgidos en Juan de la Cruz o Baltasar Gracián. En Teresa, la
experiencia mística es absoluta y solitaria, como lo serán sus votos de la
orden que creó, austera y silenciosa, destinada a explorar el torrente interno.
En una época de represión de los sentidos y persecución policiaca de la
experiencia mística, Teresa escribe textos sencillos, con un lenguaje directo y
cotidiano capaz de describir las experiencias más abismales y perturbadoras en
el encuentro con el Otro (Dios, su hijo), experiencia que será siempre y sobre
todo desde un cuerpo. La santa nunca renuncia a esa corporeidad del verbo que
se nutre de la experiencia sensorial, su visión de la religión es viva,
coloreada, llena de sabores, y de “aprovechamientos del alma”.
“El mundo está
en fuego”, escribirá en su libro Camino a la perfección, que no ha sido
incluido en esta selección. Ella también arde y logra abstraerse del cuerpo a
través de la mente y la escritura, cerca del sueño (como Sor Juana, que también
explora este mundo inconsciente) y de la visión. ¿“Histérica, y sin embargo
genial”, como escribió Freud, o enferma de necesidad de ser reconocida, de ser
mirada? “Conócete en mí”, es su frase preferida, una pequeña revolución
epistemológica en el seno de una Iglesia conservadora que desconfía de las
experiencias del cuerpo. Un parentesco con el psicoanálisis que no se ha
reconocido, un guiño a las mujeres para centrarse en la experiencia interior y
reconocer en la relación con el otro una afirmación de la independencia. El
amor para Teresa, al igual que para Platón y Plotino, es la experiencia más
importante. No hay experiencia síquica sin amor, no hay noción del propio
cuerpo y el cogito de Descartes se invierte: “Siento luego existo”.
“Nosotros
no somos ángeles sino tenemos cuerpo”, escribe la madre que descubre su
verdadera vocación a los 43 años, instante de la experiencia más alucinante: la
visión de un ángel que le penetra el corazón y extrae sus entrañas, el goce
absoluto que Bernini inmortalizó en pleno éxtasis. Esta “motita de poca
humildad” no se restringe a describir su experiencia trascendental, la revive a
través de imágenes, narraciones, confesiones y expresiones exaltadas de una
transformación que vive con espasmos y vértigo, a tal punto la represión, la
amenaza del castigo era la pauta para cualquier mujer que se atreviese a
manifestar esos estados de manera tan directa. Teresa, no tiene límites: “Era
tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos…”, describe en su
visión catártica, sumida en la observación. El castillo interior de Teresa,
descrito en sus Moradas, es un espacio que hay que ocupar con la presencia del
propio Yo que ha sabido regresar a él, en esa experiencia de unión carnal que
ella encontró en el Cantar de los cantares y que hacen que esa austeridad de
objetos esté colmada de imaginación, sensualidad y brillo. Su castillo está
abierto, no es una prisión, ni “una trampa de la fe”, es saltarse el estribillo
que atonta para escuchar otra música, es subversivo: una carta abierta.
Artículo publicado en el suplemento Babelia, 2 de marzo del 2013.
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