La batalla de Elena Garro y el feminismo
Por Patricia de Souza
No sé hasta cuándo podremos asumir el tono
condescendiente de algunos hombres cuando se trata de hablar de las mujeres en
la literatura o en el arte. Cierto que las mujeres empiezan a escribir mucho
más, aunque esa necesidad de expresarse evite debates de fondo sobre la visibilidad
o la autoridad que se reconozca a la historia de la literatura. En general se
infantiliza a las mujeres y se las deja hablar mientras no molesten, como sucede
con cierto feminismo que trata de integrarse a la marcha general apostando a
caballo ganador. La batalla política por el poder tiene ahora mismo su epicentro en el cuerpo de la
mujer. También es verdad que colocarse en el lugar de víctima crea un verdugo,
aunque negarlo sería consolidar una situación que existe desde el comienzo de
la historia de la humanidad. Un caso reciente de esta discriminación
normalizada se hizo visible hace poco a propósito del centenario del nacimiento
de la escritora mexicana Elena Garro (1916-1998).
La vida de esta autora ha pasado por las manos veloces de varios autores
apurados en encasillarla en el personaje histérico y alienado, desleal con el
fue su esposo, Octavio Paz. No se trata de salir en defensa de una mujer autora
simplemente por el hecho de pertenecer al mismo género, como decía en el siglo
XIX, Madame de Stael, las mujeres son como los parias de la India y nadie las
defiende, sino de no seguir esparciendo ese gas paralizante del conformismo. Encontrarse
con la displicencia llama a reacción y a una reflexión sobre qué está pasando
con la literatura, sobre todo, si el hecho de que las mujeres escriban
signifique una liberación. Yo creo que no significa en absoluto nada que tenga
que ver con la libertad, es muchas veces, la imitación de un modelo, el
masculino, en sus diversas versiones. Es el gran Otro el dominante, la
referencia en la imaginación y la representación del propio cuerpo femenino. Y
en el lenguaje. Muchas veces escribir significa, en esta época de cálculo
matemático para sobrevivir, convertirse en mercancía y venderse al mejor
postor. Significa también ponerse en el lugar de ese Otro que domina,
convertirse, como decía en Luce Ichigaray en un “sexo que no es uno”. Porque
somos ese rostro que muchas veces es una máscara, ese cuerpo cocido con molde,
esa cabeza colonizada. De esclavas del patriarcado pasamos a ser nuestras
propias esclavas tratando de satisfacer un deseo que no nos pertenece, pero, ¿a
quién entonces pertenece? A la ideología
dominante que nos sigue viendo como objetos. Y cuidado con la que se atreva a
romper con las reglas de la tribu. Es indispensable la deconstrucción de los
modelos que nos han pegado a la piel para juntarnos en el tropel. A cada voz
silenciada, a cada mujer muerta, una cifra que aumenta las estadísticas sin que
cambie nada. Por eso, una mujer que “posee un mundo” , que hablaba con voz
propia, porque Elena Garro construyó un paisaje literario autónomo, de
silencios y de dimensiones vastas, a veces fatalista y dramático sobre México,
no tendría por qué estar en el patio de atrás esperando a que le coloque la
nota de “buena conducta”. Ella creó las escenas vivas donde se sigue oyendo el
lado irreductible de sus personajes en resonancia con una experiencia interior
de la historia, hecha sobre todo de lenguaje. A cada gran fresco de la historia
mexicana, que la autora pinta con brocha gorda, se impuso el detalle de la
artista, la ventana abierta hacia el conflicto de identidades
masculino/femenino, malos/buenos, en las que los roles dialogan y se enfrentan para existir de otra
manera. Sacarla de la sala de las olvidadas, es trabajo de los exégetas, pero
decir que su trabajo como escritora, como una de las primeras en salirse del
esquema dominante, y hacer lo que se etiquetó después como Realismo mágico, es
fundamental. Fue al margen de su vida con Paz y de sus derrapes como supuesta
acusadora en el negro episodio de Tlatelolco. ¿Por qué tanta gente reconoce una
trayectoria masculina y tarda tanto en reconocerlo en una mujer? Porque las
mujeres no pueden pensar, y son, ante todo, un cuerpo, una mercancía. Publicar,
hablar, no es una revolución. Se trata también de emplear un lenguaje propio,
en salirse de la dominación de cuerpo y pensamiento para decir que no estamos
repitiendo lo mismo que las feministas de los años setenta que lograron que se
legalice el aborto, recibir un buen sueldo y, al final, hacer lo mismo que los
hombres, incluso superarlos consolidando la esclavitud que impone el sistema.
Tenemos en los Estados unidos, una Hillary Clinton que es figura proa del
feminismo neoliberal y amiga de las finanzas. El problema de las mujeres
consiste en cómo nos representamos a nosotras mismas y cómo nos representamos a
la realidad en general. La verdadera batalla es la representación del cuerpo
femenino. Una referencia en la historia de la literatura escrita por mujeres
como Elena Garro, convertida en una estatua de barro, debilita nuestra imagen
instalando la tradicional desconfianza hacia las mujeres autoras, porque se
trata de eso, de ser irreductibles aun solo modelo como autoras, como personas
enteras.
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