domingo, 29 de septiembre de 2013

hablemos de una despenalización del aborto


Hay una novela que me impactó por su crudeza: El acontecimiento, de Annie Ernaux. En ese libro la autora describe un aborto cuando es una estudiante universitaria. Sale encinta por accidente de un joven que  apenas ha visto un par de veces y decide abortar sola en medio de condiciones sanitarias, sicológicas y humanas, realmente duras. Estamos hablando de la Francia previa a los años de la ley promovida por Simone Veil (1975), durante el gobierno de Giscard d'Estaing y del manifiesto que 394 mujeres del espectáculo, la literatura y la política, firmaron para apoyar la elaboración de una ley que concibiese el aborto como un derecho y no como un crimen (que merecía la pena de muerte), estipulado así hasta el año 1942. Hoy el es día mundial del derecho al aborto y no he visto una sola página sobre este tema en los diarios del Perú. Nadie dice nada, es un tema tabú, tabú porque toca los fundamentos de la familia como una entidad casi sagrada, el matrimonio es un sacramento desde que la Iglesia católica lo decidió así en la edad media, lo que podría decir que el rito prima sobre la cultura, la creencia sobre la capacidad de decidir. Porque ¿cuáles son las razones por las cuales las mujeres no se movilicen para reclamar una modificación del código penal? Hay mucha desinformación entre nosotras, las mujeres, sobre todo, mucha culpa que no sabemos dónde colocar, qué sentido darle a esa responsabilidad de poder  decidir sobre la vida o la muerte, sobre un hecho natural para el que nuestro cuerpo está preparado biológicamente. No sabemos cómo distinguir entre natura y  cultura, carecemos de instrumentos para interpretarnos, traducirnos socialmente. Nuestro código, para pensar, para describirnos, para vernos, está manipulado por la propaganda y el sistema patriarcal (hay que ver la serie Mad man para entender como empieza todo esto), nos inventan, no nos inventamos. Además no tenemos una sociedad que acompaña y en esto buena parte de los hombres no ayudan, prefieren mantenerse al margen y dejar que las mujeres decidan solas.
Yo recuerdo mi primera interrupción de embarazo. Tengo veintiún años y no me he dado cuenta de que he quedado encinta hasta que un día una amiga, a manera de broma, me comenta muerta de risa: oye, ¡te han crecido los senos!! Fui al médico y entonces confirmé aterrada lo que me pasaba, estaba encinta. Tuve que pedir dinero prestado, no sé cómo hice, hay un espacio en blanco de esos instantes, para salir libre de esa responsabilidad a una edad en que no tenía idea de lo que significaba ser madre, o sí, sabía que era algo durísimo, que exigía mucho más que un cuerpo y una cabeza un poco organizada. La segunda vez ha sido en Francia, casada y por accidente. Primero una reunión con la asistenta social para permitir que la seguridad social  asumiese el gasto (el aborto tiene un costo alto ahí donde sigue siendo clandestino) luego de pasar por un interrogatorio increpándome sobre las razones por las que no quería tener ese hijo estando casada. Fue la primera vez que sentí que realmente el mundo era hostil hacia las mujeres, que era espantoso que te culpabilizarán de esa manera, creo que me detesté cómo cuerpo. Tanto fue la presión, que, un día viendo una película en donde el tema era el cuerpo, sufrí un ataque de pánico. Había tomado conciencia no de que no “era” un cuerpo (una identidad autónoma y soberana) si no de que “tenía" un cuerpo que era señalado, codificado socialmente y que no podía hacer lo que quisiera con él. Después vino el libro El último cuerpo de Úrsula, escrito casi como un imperativo, quizás porque necesitaba darle una continuidad histórica, un sentido. No fue pensado, me salió así, de forma espontánea, solo ahora entiendo el sentido. Si hablo de mi experiencia en este instante es porque creo que es inhumano someter a tantas jóvenes a ese dilema moral devastador que es  decidir un aborto clandestino, marcar así la vida interior, la unidad y la confianza que las mujeres, como personas plenas aspiramos a tener. No ser un instrumento ni un medio, pero un fin en sí mismo, personas enteras. La maternidad es un experiencia generosa, que enriquece, pero hay que estar preparadas para ello. No podemos ser madres e hijas al mismo tiempo. Conozco cientos de casos de niñas con niños que terminan abominando el hecho de tener que ser madres sin saber cómo hacerlo, porque no están en condiciones sociales, económicas y sicológicas para asumir la crianza, y, lo más importante, la educación. Este debate no se implanta en la sociedad limeña, en Venezuela, donde vivo, se habla constantemente aunque primen otras prioridades, dar protección a las jóvenes mujeres madres sin pensar demasiado en la prevención. La urgencia pasa por alto la magnitud del problema. En España se debate ahora una posibilidad de revisar la ley,  en México solo existe este derecho en la capital, pero hay estados, como Guanajuato, donde sigue siendo un crimen, ¿qué sucede? En este mundo que involuciona hacia una especie de “sueño naturalista” donde todo estaría en orden, las mujeres como garantía de la buena marcha de la sociedad en tanto que entes pasivos, sin voz ni rostro, los hombres en la acción y la protección  de la familia (incluso las opciones “alternativas” han pasado a aspirar al matrimonio como sinónimo de progreso de la sociedad civil), las mujeres  somos las más fácilmente clasificables en una rejilla, en un pequeño espacio cuadrado, encima, seguimos pensando que el matrimonio es un ascensor social que otorga un cierto estatus y un cierto prestigio que permite respeto. El matrimonio es solo un contrato de derechos y obligaciones comunes, eso es todo. Sacudámonos del rito, de su inmovilidad.  Se avanzó al separarlo de la procreación, desde que existe la píldora, se ha tratado de pensar el deseo como algo menos maniqueo que la unión eterna de dos personas del mismo sexo, hemos entrado a cuestionar el género, que no significa sexo, y sin embargo no pensamos en los más importante, el aborto. Hay momentos donde el “naturalismo social” (la selección natural de la especie), empieza a prender, como la xenofobia, la homofobia, etc… La única diferencia es de cantidad, hay más parejas homosexuales que exigen un reconocimiento y muy pocas mujeres que exigen que se proteja su derecho a decidir si desean ser madres. Hay un miedo abismal en esto, casi como inexplicable, el miedo a desaparecer, de ahí que las sociedades avanzadas, como debería ser España, retroceden cuando tienen un gobierno derecha.  La derecha, en ciertos contextos, es el pensamiento artificial, sin oxígeno, es el estereotipo, la necesidad de verdad, muchas, veces, el fanatismo. Tenemos que hablar del tema cueste lo que cueste, incluso a mí, me cuesta hablar de él. Pero siento la exigencia de hacerlo, de poner en palabras una parte importante de mi historia en tanto que mujer.

3 comentarios:

  1. Que Dios te perdone, porque HASTA EL MOMENTO NO TE HAS PERDONADO TÚ POR HABER ASESINADO A TUS HIJOS. Necesitas recurrir a "la causa proabortista" para sentirte en paz y sin remordimientos.

    No es pactando con los mercaderes de la muerte como dejarás de sentirte filicida e infanticida.

    Renée.

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  2. Una persona tiene derecho a decidir sobre su cuerpo, si se pinta el pelo o no, si se hace una rinoplastía o no, si dona un organo o no, pero nadie tiene derecho a decidir sobre la vida ajena. No se puede solucionar un problema matando a un ser indefenso

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  3. Tu "derecho a decidir" y tu "derecho a la libertad" no pueden estar por sobre el derecho que tiene todo ser humano a la vida, todos los derechos se debe llevar con responsabilidad y sin lesionar los derechos de otro ser humano, al margen de la religión hay muchos métodos anticonceptivos y formas de cuidarse tanto para varón y para mujer que haciendo uso de manera responsable no se tendría que llegar a un aborto, es mas ni si tienes un hijo no deseado puedes darlo en adopción, sin necesidad de atentar contra la vida de un ser humano. Probablemente si tu madre pensara como tú, no estuvieras en este mundo.

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