Hace
unos días escribí sobre que estamos asistiendo a una nueva etapa en la
evolución de la lucha por los derechos de la mujer (www.palincestos.blogspot.com). Hay
un resurgimiento de una mística femenina que tiende a encerrarnos en patrones y
modelos tradicionales en nombre de lo que se considera “la esencia femenina” o
la “especificidad femenina”: la bondad, la tolerancia, el pacifismo, el
instinto maternal, etc. Vemos que la maternidad es considerada, incluso por
muchas mujeres que se dicen “feministas”, no como una elección, sino como una
finalidad suprema. Este nuevo vademécum
tiene sus códigos, lactancia materna imprescindible, modos de crianza que se dicen
“naturales” y que encasillan a la mujer en un rol omnisciente, ubicuo, en el
que el hombre quedaría nuevamente fuera.
No podemos aspirar a la libertad en tanto que personas si hacemos concesiones a
la doctrina religiosa sacralizando la maternidad, no se puede ser libre si la
alienación cultural de la que somos presa fácil no es puesta en duda. Nuestra
manera de leernos tiene que empezar a ser laica, al menos, a poner entre paréntesis
a la religión que impide siempre avances fundamentales de los derechos de
nosotras, las mujeres. Pero, no solo las religiones siguen impidiendo que las
mujeres seamos vistas como seres completos, son todos los sistemas dominantes
los que nos ponen un muro que no podemos evitar. La revolución bolchevique no
logró hacer que las mujeres mejorasen su condición de subalternas debido a que
no se entendió que la revolución es sobre todo cultural y en muchas democracias
modernas los retrocesos son evidentes. No podemos pensar como los dominantes,
ni convertirnos, a nuestro turno, en dominadoras, más bien tenemos que inventar
nuestro propio modelo de acuerdo a nuestro tiempo y a nuestras necesidades. Las soluciones
absolutas (por retóricas) son siempre una trampa, esconden contingencias,
concesiones de otro orden en esa red perversa que rodea a los círculos de
poder. Cuando Simone de Beauvoir publicó El
segundo sexo, recibió, para sorpresa suya, ataques feroces del partido
comunista que no quería poner en duda dictámenes culturales, sobre todo, el derecho al aborto, que consideró como una
idea decadente y burguesa de la mujer, un llamado al libertinaje, una
aberración social. En el fondo creo que no lograremos una verdadera
transformación si no se cambian los medios de producción de saber, me refiero a
que si no somos productoras de ideas nuevas, nuevos modelos y representaciones
de lo que significa “ser mujer”; si es que no logramos inscribirnos en una
continuidad histórica, si carecemos de historia, no avanzaremos en nada. Para empezar,
si la ideología de la ganancia continúa esclavizándonos en el trabajo al
imponer la división de tareas: los trabajos considerados “complejos” y las
tomas de decisiones para los hombres, los más sencillos, y de menor
responsabilidad y sin derecho a la palabra, para las mujeres. Habría que
impulsar una verdadera transformación cultural, para que no nos encontremos con
los mismos corsés . Esta movilización tiene que venir también de la sociedad
civil, no podemos esperar eternamente que las instituciones sean las que dicten
la ley. Por decir algo puntual, la libertad sexual no tiene porque ser una trampa
mientras no la transformemos en un objeto, en una forma de “producir” prestigio
a través de la maternidad, en un arma de dominación al creer que podemos
transformar a la prostitución en un oficio. Mientras no nos dejemos colonizar
nuevamente por estas corrientes conservadoras que nos colocan en legisladoras
del cuerpo y del deseo, podremos seguir avanzando en esta tarea de reconstruir
una imagen polivalente de la mujer como persona, como ser completo.
Entramos
a una etapa de la historia en que los tiempos de dominación ideológica son
menos absolutos, en los cuales los medios de producción se han modificado, y, a
lo mejor con ello, las mentalidades. El conformismo aparente de las mujeres
tiene que ver con un desconcierto general, estamos ante una crisis de modelos
de civilización y ante todo de valores de civilización, pero, también de
modelos de masculino y femenino, así como de jerarquías, y, sobre todo, de
autoridad. Si en el siglo XX el
capitalismo ha convertido al mundo en un enorme mercado, incluso los roles en
sociedad están sometidos a él, creo que este momento exige que comprendamos que
de alguna manera, la peor parte la llevamos nosotras por dejar que se nos siga
viendo como una mercancía. Una mujer
sigue importando más por el prestigio social de la belleza, por saber quedarse
callada, que por su participación en la cosas de la Cité. No es una aspiración
de burguesa hablar de aborto, es una cuestión de salud, de ciudadanía plena, de
derecho fundamental a elegir una opción vital. No es solo “un cuarto propio” lo
que necesitamos, es decir, independencia económica, sino también una revolución
copérnica en la manera de pensar, que nuestra voz sea atendida, escuchada, y
contestada. Necesitamos una nueva visión de la vida en común, de la vida
cotidiana de la mujer, de los roles en el espacio privado y en el público, modelos, que hagan visible otra cosa que la
imitación de los valores patriarcales. En realidad, los valores culturales de
nuestra época nos colonizan de la misma manera que a lo hombres. Si empezamos a
romper la tiranía de la sumisión a los valores dominantes, en función de la
ganancia y el prestigio de poseer más
que de ser (las mujeres de la burguesía no actúan por
miedo a perder un cierto confort, pero también por miedo a la desprotección y
la exposición, una mujer sola, pobre es todavía más frágil), si empezamos a
plantearnos la vida en común a partir de otros valores que no exijan la competencia,
ni la imitación, si no complementarse, una vida que dejaría más tiempo para
dedicarnos a trabajar en lo que nos interesa, una vida más creativa, a lo mejor
viviremos de forma más serena, más libre, y más plena. Yo creo que tenemos que
salir de este espiral de encierro y angustia que nos ha dado el capitalismo
como única forma de vivir en el poseer, de leernos a través de valores
únicamente materiales, de esa identidad
entre quién es el “amo y el esclavo” para ir hacia una sociedad de iguales, una felicidad sobria, razonada, con pasión,
con valentía.
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