los hábitos y la costumbre
En el aniversario de Simone de Beauvoir,
El eterno femenino, es homólogo del "alma negra" y del "carácter
judío", Simone de Beauvoir, El
segundo sexo.
Una vida, nada más importante que una vida, pero una vida como mujer,
desde un cuerpo de mujer. Devenir una
mujer, convertirse en una mujer, decía Simone de Beauvoir... quería decir
asumir el rol que nos han asignado dentro de nuestra sociedad, ponernos ese
rostro tan distinto al que quisiéramos tener.
Ponerse la máscara.
Puedo retroceder fácilmente a mi infancia y pensar en esos días en los
que la situación de mi madre, divorciada, a cargo de cuatro hijos, me inspiraba
una gran angustia, miedo, puedo reconocer el estrés que me inspiraba su
condición, el pensar en cómo ayudarla, qué hacer para que pudiese seguir
estando en la vida, para que las mujeres no se burlasen de ella, los hombres le
faltasen el respeto, su aislamiento no fuese más radical. Había cólera,
reconozco, mucha frustración de no saber qué hacer, no encontrar afinidades
para pensar, solidaridades...
Este año, he pensado, ha sido el año de la confirmación de los poderes
más abusivos, el de las economías hegemónicas, que arrinconan cada vez más a
los más pobres, el de los hombres, que dejan a las mujeres cada vez más
rezagadas, condenadas a la muerte civil. La vida de un feto en formación es más
importante que la vida de una mujer en plena conciencia.
La mujer no es dueña de su cuerpo, le pertenece a la sociedad y a sus legisladores, que son hombres.
La soledad de las mujeres duele, primero porque no es "natural",
aunque la costumbre de ser ciudadanas a medias las haga pensar lo contrario.
Las mujeres se acostumbran a ser siempre las sirvientas de los hijos, de los
nietos, de la familia en pleno. No hablan alto, y si lo hacen pasan por
agresivas. Cuando Jules Michelet, escribe su Historia de las mujeres en la revolución francesa, prescribe una
situación idéntica a la que vivimos
ahora: las mujeres que están solas no se insertan fácilmente a la sociedad, si
son abandonadas por un hombre, todo el mundo las mira con desconfianza, si son
madres solteras, son candidatas a una vida oscura o a la depresión. Los hombres
activan fácilmente sus vidas, encuentran siempre con más facilidad un lugar en
la sociedad. Nadie los mira con desconfianza, es casi imposible. En la literatura,
basta leer a Madame de Stäel, una de las pioneras del romanticismo francés,
para darse cuenta de que esta situación es, sigue siendo, una injusticia
legitimada, simbolizada en todas las formas y asumida como parte del "sentido
común" en muchas personas. Según Stäel, las mujeres son parias (palabra que ella toma de los
parias de la India), de ahí que una de sus lectoras más voraces, Flora Tristán,
lo tomase como título en Las
peregrinaciones de una paria.
Veo a mi madre, veo a mis hermanas, a todas mis hermanas, puedo contar
cada una de sus historias, todas son mujeres inteligentes, brillantes incluso,
pero nunca han encontrado nadie que las mire, nadie que las reconozca sino ha
sido en estereoptipos y modelos que solo las desfiguran, jamás un rostro, jamás
una persona entera, solo miradas paralizantes, espejos turbios.
Pensaba: ¿no son mujeres dañadas, no somo mujeres dañadas, sin
historia, condenadas a imitar modelos impuestos, y cuándo, cuándo diablos,
podremos ser vistas como personas enteras?
Toda opresión es insoportable. Que existan "Ministerios de la
mujer", es un síntoma de que esta situación se ha institucionalizado, que
existe en la sociedad como un problema de la institución, en manos de ella que
decidirá qué hacer con el destino de la "clase mayoritaria", las
mujeres. Me recuerda a la frase de Flora Tristán, "la clase mayoritaria de
la sociedad, la clase obrera" (esto está en su librito La unión obrera). Porque las mujeres
siguen, sobre todo en nuestros países, trabajando con sus manos, cogen escobas,
aspiradoras, alimentan niños y niñas, los cuidan, incluso cuidan al acompañante
(si lo es) y al marido; no miento si en estos útimos días que he observado un
poco a los viajantes, he visto a muchas mujeres mirando embelesadas algún
monigote pedante que las ignoraba. Esa displicencia...."
displicencia de las frases tipo: Oiga, señora.... las miradas, y las
mujeres mudas, resignadas al maltrato del lenguaje, de la mirada. Creo que si
no fuésemos seres de costumbre, no aceptaríamos esta situación. No hay nada más
alienante que el trabajo doméstico, que el trabajo de criar hijos, la mujer en
la casa y en la familia está completamente alienada, no ve su vida como una
vida, sino a manera de la prótesis de la familia. Si no trabaja como
profesional y a cambio de un sueldo (el único trabajo gratis es el doméstico),
su vida es más sonámbula, más oscura. Virginia Woolf se quejaba de esa
parálisis, la somatizó hasta la locura, en medio del anuncio de la guerra que
se aproximaba. Con Leonard, su perro guardián, había editado los primeros
libros de Sigmund Freud, presentían que esa época estaba revuelta, que muchas
cosas quedarían en el pasado.
Creo que vivimos en estado de guerra, hay una guerra no declarada,
entre los ricos y los pobres, entre los hombres y las mujeres.
Vivimos una nueva Restauración.
Unos y otras claman justicia para aquellas mujeres que se atreven a
abortar, otros, "los machos que se respetan" (sic), o los no sé "cuántos
cretinos" (cuando se votó la penalización del cliente en la protistución en
Francia) pedían que no se votase por esa ley porque no era posible que las
mujers no decidiesen "vender su cuerpo", libertarios, dixit, pero
cuando se trata del aborto, las mujeres no son dueñas de su cuerpo: !llevan el
fruto de sus espermatozoides!!
De nuevo esa palabra, la
restauración, la vuelta al pasado, el miedo al futuro, la parálisis.
Ninguna mujer está desocupada si pasa las escoba todos los días, carga bebés y
vive esta situación como "natural".
Es la existencia convertida en sobrevivencia, en dócil sobrevivencia
anestesiada.
Este año, tendría que ser crucial, escuchaba una frase en la radio: "soplan
buenos vientos, avancen". Cierto, corren buenos vientos en ciertos países,
falta que lleguen a otras costas y que se desaten las amarras.
Patricia de Souza,
blog: Venusproscrita.blogspot.com
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