Michel Foucault, el vigor de un pensamiento
fuera de lo común.
Michel
Foucault muere en el hospital parisino de la Salpetrière. Estamos en 1975 y los
primeros indicios sobre su muerte son dudosos, más tarde se confirmará que ha
muerto de una enfermedad hasta entonces poco conocida, el Sida. Militante,
agitador de masas, no basta con pensar, hay que pasar a la acción, y él, como
filósofo, lo
hace convertido en esa “caja de herramientas” de la que hablaba Deleuze,
dispuesto a apoyar los movimientos de rebelión contra la maquinaria estatal que
asfixia al individuo. Foucault se va a instalar en el centro de un debate
filosófico por la libertad, el cuerpo y la persona, el cuerpo y el deseo. Este
debate se desarrollará en medio de la sociedad “bien pensante” de su época
exponiendo a los sistemas políticos a un análisis sobre el abuso de poder y el
exceso de vigilancia. Con Vigilar y castigar, esta reflexión abarca los
sistemas penitenciarios y la prisión como un “dispositivo”, una tecnología
política del cuerpo que domina el cuerpo y el alma a la sombra de los
reglamentos, con la Historia de la locura en la edad clásica, el análisis toca
la evolución de los sistemas de vigilancia e instala la duda sobre la noción de
lo que se considera como normal, dura crítica al funcionamiento de las
instituciones médicas y el uso del saber medical como instrumento de poder. Con
Las palabras y las cosas el análisis del lenguaje lo lleva a hacer una
epistemología de iconos y símbolos, el lenguaje constituido en una problemática
frente al deseo (el centro de la reflexión de Jacques Lacan), la liberación y
la valorización de la palabra de los oprimidos, inversión de poderes para
sacarlos de una especie de mudez irremediable.
“El
trabajo de un intelectual, nos dice Foucault, no es modelar la voluntad
política de los otros, es, a través de los análisis que hace en los campos que
son los suyos, interrogar las evidencias y los postulados, sacudir los hábitos,
las formas de hacer y de pensar, disipar las familiaridades adquiridas, retomar
la medida de las reglas y de las instituciones, y a partir de esa
re-problematización (donde se juega su oficio de intelectual) participar en la
formación de una voluntad política (donde debe jugar su rol de ciudadano).
Bio-poder, ética institucional, compartir, poner en duda la política y
sospechar de nuestras creencias, instalarse en la re-cuestionamiento de los
valores que se convierten con el tiempo en verdades inamovibles, he ahí una
parte importante del trabajo dejado por este filósofo.
Al poner el cuerpo biológico en el seno de
la práctica histórica, Foucault inaugura la vía de una forma de historia de la
resistencia y de la subjetivación, una forma fenomenológica que abarca el
momento histórico y las condiciones de vida del individuo. El debate sobre este
tema se hace urgente en nuestro tiempo, puesto que el discurso sobre la
seguridad y la vigilancia se agudiza debido a una explosión demográfica. De
otra parte, parece necesaria, en Francia, en toda Europa, una reflexión
humanista y filosófica de los sistemas penitenciarios. Con un discurso político
sobre la sexualidad en plena actualidad, el matrimonio homosexual es uno de ellos,
el pensamiento de Foucault vuelve a cobrar vigencia, pero no en el sentido
quizás que él esperaba, la sexualidad como una forma de utopía, proyecto
individual de libertad fuera de las normas, sino como un discurso conformista
donde ejercer el poder. Justamente, la pregunta que hay que hacerse es por qué
reclamar una legislación (matrimonio) en el terreno donde lo individual podría
gozar de un poder inalienable. Buena pregunta.
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