Hablábamos la otra noche durante una comida con una amiga sobre le uso de ciertas palabras y cómo estas parecen naturales, espontáneas. Por dar un ejemplo, los insultos banales que se oyen por la calle, en general, denigraciones del cuerpo femenino, de la forma cómo la considera la sociedad, más cerca de un objeto que de un sujeto. En cada insulto el uso común de una palabra, de una frase, se convierte en una verdad objetiva, que las mujeres son histéricas, que son coquetas, desleales, o poco inteligentes (los comentarios sobre Eliane Karp, ex primera dama, durante su intervención en el congreso, son una muestra)… Sin embargo, ese lenguaje común nos estructura y hace que nos hagamos una idea de lo que significa una mujer, pero también un hombre (aunque ese tema no es el centro de este post). Cada persona es de alguna forma el resultado de ese proceso naturalizado.. En el caso de las mujeres, siempre representamos lo "otro", pero lo otro, como decía Simone de Beauvoir, casi infinito, negativo, abismal, lo otro como peligro. No representamos una entidad íntegra sino fragmentada. Estamos atravesadas por palabras, uso de frases que han marcado nuestra historia como mujeres, como personas. Recuerdo que muchas veces, cuando me atrevía a ponerme algún vestido atrevido, que mostrase demasiado las piernas o los senos, se encendía en mi interior un foco rojo que me indicaba peligro. Me aterraba que me insultasen en la calle y creo que uno de los traumas más comunes de mi infancia, y mis adolescencia, han sido esas palabras acompañadas de gestos de manos indicando la talla de un pene, o darme de golpe con un muro donde se había dibujado la imagen gigante del sexo masculino. Toda esa atmósfera que me rodeaba era tan violenta que podría haber sido fascista en su modo de imponer una dominación. Y una amenaza de violación. Esas palabras "Puta, Pacharaca", etc, eran siempre la amenaza de una violación, de un saber que si no eras dócil a las reglas sociales del patriarcado, estabas expuesta a que te violenten, incluso sometida, es la amenaza latente que toda mujer debe asumir hasta cierta edad. Todas esas palabras, mujer pública, zorra, pacharaca, son palabras que tienen un uso que se nutre del poder de denigración (y alienación) que tienen, son un poder político en la ciudad, asustan y modifican la libertad de la cientos de mujeres, son palabras de dominación, como lo es "cholo.a de mierda". A través de ellas una persona se impone y domina a la otra, la desprecia y la animaliza (en el caso de las mujeres reduciéndolas a su cuerpo) y en el caso del insulto racial, imponiendo una supuesta inferioridad biológica. Son palabras empleadas en su forma política, en la convivencia dentro de la vida pública, en la colectividad, no son de uso privado sino que mantienen un uso social. Por eso me sorprende que se ignore que escribir es una elección de palabras, es esa conciencia que no se somete a las leyes de la tribu, sino que es un gesto de civilización, de elección del uso de las palabras, del poder darles otro sentido y recuperar su valor humano. Una de las cosas que noto en mi vida en Venezuela es que se han creado lugares donde la palabra tiene un sentido nuevo, es oída y es recogida con atención. Sobre todo hay una mirada que reconoce a quien habla con un infinito respeto, que lo acepta, sobre todo en el caso de las mujeres que han recuperado una visibilidad íntegra y no fragmentada. No son un cuerpo, son personas enteras. Eso me parece fundamental, que en una sociedad se comprenda que esos "usos de la palabras" son el resultado de una historia política, de un proyecto de país que vive aceptando una desigualdad ancestral, moral, que no integra a las mujeres como ciudadanas plenas. Para empeorar las cosas, la realidad económica del "sálvese quien pueda" y de la "mano invisible" que comprende la idea de la economía como la única reguladora de las relaciones sociales, somete todavía más a la mujer, la última rueda del coche en la lógica del capital. Los vínculos sociales están sometidos a la economía de manera violenta, representados por cifras, por objetos, pero no por rostros, de ahí que se nos animalice tanto y no se comprenda que ser ciudadana es gozar de derechos íntegros, en completa igualdad. Los hombres no ven lo que no está dicho, lo que no está inscrito en los códigos sociales del día a día. No es que el Perú tenga como especificidad el machismo, es que no nos hemos ocupado de ese tema. Estar reducidas al estado de parásitos en la sociedad, tiene un costo muy alto, es decir, termina convirtiendo a una población en sonámbula, aterrada con desertarse un día y que encontrarse realmente sola. Esta dimensión política del lenguaje me parece importante. Creo que solo escribiendo tomamos conciencia de ello. Y por eso, la escritura, el no abandonar ese espacio donde pasamos por hacer objetivo lo que tenemos en la cabeza, es importantísimo…
y si las palabras no cambiasen el sentido, y el sentido las palabras...
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