lunes, 24 de agosto de 2009

Precisión

Quería hacer una pequeña precisión sobre este muveo blog, y es que su frecuencia será otra: una o dos veces al mes, porque la idea es colgar textos más ensayísticos, que exigen tiempo para ser leídos y digeridos... o sea... piano, piano, lontano.... Hasta muy pronto...

miércoles, 19 de agosto de 2009

Partir

Partir, dejar, alejarse, moverse, ir, encontrar, mirar, descubrir... son las palabras que me vienen a la mente cuando pienso que en pocas horas rumbo a Oaxaca, lugar del cual tengo esta anécdota cortaziana del niño lustrabotas que le pregunta de dónde es, y él dice: de la Argentina. Y eso dónde es? Pues está un poco lejos, ves Guatemala, sudamérica, etc??? Pues más abajo. Y el niño contesta: y es muy caro el taxi desde allí?
Bueno, nos vamos Oacaxa por tres días, a conocer (Richard y yo porque Mathieu y Olivier ya conocen). Lo único que me desestabiliza en estas circusntancias es que estoye scribiendo, peor creo que puedo hacerlo en cualquier lugar, sucede que hay una intensidad que no se puede mantener todo el tiempo, que, se mueve, varía, es un viaje constante.

frase que leí ayer e uan revista Vogue mientras me cortaba el pelo: Mónica Belucci, un hermoso animal. A los 45 años sigue siendo un animal. Se imaginan?

martes, 18 de agosto de 2009

Un primer ensayo

Escribir sin máscara : ensayo sobre las escrituras extraterrioriales y la autoficción

Patricia de Souza

Yo no puedo evitar pensar que toda escritura está estrictamente ligada al deseo: deseo de vivir, de pensar, de señalarse. Sin deseo en movimiento, no hay producción de signos, no hay lenguaje. Y no hay comunicación. Me pregunto cuándo fue la maldita en que me metí a escribir. El día en que empecé a alzar la voz y a señalarme no solo como un cuerpo, sino también como una cabeza, empezaron los problemas. El decir, escribir es rescatar ese deseo, es una pelea constante para ganar mi espacio, una luch por la identidad. El problema es que la identidad no es constante ni única, sino que cambia todo el tiempo. El quién es importante en este aspecto, quién nombra, quién señala, quién habla. Origen, nombre, sexo, y color de piel. Esas son las primeras señas de identidad para la que se decide a hablar, lo siguiente, es el contenido.

Un día, releyendo las Peregrinaciones de una paria, de Flora Tristán, en el que cuenta su viaje al Perú, comprendí la relación que existía entre este libro con los Cantos de Maldoror, de Lautréamont. Pero sobre todo, comprendí la relación que tenían estos dos autores conmigo: Flora Tristán y Lautréamont habían abandonado sus países por razones distintas enfrentándose a otra realidad y a otro idioma, decididos a no dejarse intimidar por el exilio, reivindicando su derecho a la palabra. Los dos habían atravesado los océanos para abrirse paso entre una muchedumbre que no los reconocía y los asfixiaba. Es cierto que no tienen la misma importancia, ni el mismo valor estético en la literatura francesa, por lo que mi comparación puede parecer un tanto excesiva. Pero una cosa sí es segura : los dos eran personalidades complejas, errantes, indomesticables en ese compromiso por tratar de dejar la huella de un recorrido existencial. Ahí reside la dimensión fenomenológica de su obra, la vida como fenómeno y noúmeno, y de allí mi idea de otorgar a la autobiografía un estatuto crítico y estructural en la obra de autores que se inscriben en la línea de Tristán y Lautréamont. Esta intuición me llevó a querer estudiar sus trabajos para integrarlos en una comunidad de escritores que habrían vivido la escritura una Huella[1], valor que va más allá de una simple ambición estética para hacer de la escritura una forma de sobrevivencia. Yo recuerdo haber pensado que sin escritura, sin texto, ninguno de los dos hubiese resistido el peso afectivo de la experiencia. Si esta idea se instaló en mi mente fue porque, a medida que voy hurgando en mi trabajo como escritora, las cuestiones relativas a las razones mismas de la modelación de un texto no dejan de multiplicarse. En cualquier caso, una cosa aparecía ante mis ojos como algo fundamental : el hecho de que la escritura es sobre todo una forma de oponerse a la alienación, una resistencia, una diferenciación y, por tanto, una marca. Para mí esto significaba no sólo una resistencia al deterioro del tiempo, sino también, y sobre todo, una rebelión contra mi condición de mujer, lo que me acercaba por una parte a Flora Tristán, pero también a Lautréamont, que prescribió sin ningún pudor que la poesía sería hecha por todos. Ese anatema me mostraba el valor de una revolución estética y constituye una toma de posición política en pleno siglo XIX: desacraliza la poesía, la convierte en banal, poniéndola al alcance de todos y elimina la división jerárquica entre el hombre y la mujer. También el hecho de que tanto Lautréamont como Tristan se considerasen a sí mismos como parias, excluidos de toda asimilación social, influyó para que mi deseo de trabajar sobre escrituras extraterritorriales comenzara a tomar forma. He pensado siempre que la escritura es una forma de marca, un trabajo de sobrevivencia y de resistencia a la desaparición, aunque esta afirmación contenga una contradicción evidente : escribir consiste también en hacer desaparecer la propia experiencia para que la marca escrita le dé un nuevo sentido, un nuevo valor estético y una justificación moral. Ahí residía la dimensión sacrificial de la escritura. Nadie que desee acoger el rostro de otra persona puede permanecer idéntica a sí misma. La división que se produce en el interior solo se siente en el instante en que se entra en contacto con la realidad escrita. Porque si existe algún desdoblamiento, este consiste en el hecho de tener que utilizar un lenguaje que no poseemos completamente. Cuando Lacan habló de la preponderancia del significante sobre el significado, o de la alienación estructural del sujeto que otorga un valor simbólico al género, se refería a esa despersonalización que se produce cuando se escribe: ¿Qué poder tiene lo sombólico que hace de ciertas cosas sensibles signos de sufrimiento? Es una pregunta de Simone Weil que no siempre podemos contestar. Es un trabajo con el subconciente, es subterráneo y tenemos que descender hasta esas profundidades.
Sin embargo la realidad no me parece condenada a ser estereotipada, pues el lenguaje simbólico es capaz de mostrarnos una cantidad ilimitada de movimientos y cortes de la experiencia. A cada significante le corresponde un nuevo significado (la dimensión fenomenológica del proceso, a mi parecer) rechazando de plano toda idea metafísica de la identidad femenina. Es partiendo de este punto que empezaron a interesarme ciertas nociones linguísticas de Emile Benveniste sobre la subjetividad del lenguaje, sobre todo su análisis de la utilización del pronombre personal de la primera persona que participa en la construcción de un yo. Y como el lenguaje abarca la experiencia, como la teje, la sostiene y la transforma, yo no quería caer en el mismo error de otros escritores y pensar que el lenguaje es disociable de su dimensión afectiva y existencial, para mí la única llave de salida a una verdadera libertad. El lenguaje lleva la marca de cada experiencia y revela cosas que ignoramos hasta el momento en que el texto aparece ante nuestros ojos y, en el caso particular de las mujeres, nuestra condición en el seno de una sociedad.
En la aparición de este texto-huella, nace para mí el Palincesto[2], reconstrucción desde el presente de un pasado que no se borra, endogamia forzada de la escritura. Es ahí que la escritura revela sus llagas, sus rupturas, sus afasias. Entonces si podemos analizar un texto, es para comprender mejor su contenido y su valor estético, pero sobre todo su valor humano. Es porque lleva impresas las marcas de la vida de su autor(a) y desenmascar al sujeto dejándolo desnudo.
Dos cosas me parecen bastante claras: Flora Tristán quería nombrar con su escritura en primera persona, mientras que Lautréamont quería provocar, sorprender, chocar, resistir a que se borre su huella. Ciertas lecturas me han hecho presentir que ese tipo de textos escritos se sitúan en el terreno de la literatura comparada. Madame de Stäel ha hecho una especie de introducción en su libro De la Alemania que inicia el romanticismo francés, y Sobre la literatura en sus relaciones con las instituciones sociales, que plantea claramente las divisiones sociales y políticas que se producen cuando una mujer ejerce las letras. Además de la rebelión, estos autores tenían en común dos experiencias linguísticas extraterritoriales y, más específicamente, en el caso de Lautréamont, la experiencia íntima de un idioma extranjero, concretamente el idioma castellano. En mi caso yo no había decidido (como Lautréamont) venir a Francia, pero me parece evidente que el idioma francés ha transformado mi relación con el castellano y que mi subjetividad se ha estructurado en relación con él. Me parece casi una evidencia que el francés me ha hecho nacer de nuevo y de otra manera. O sea que cada vez que nos alejamos de nuestro espacio linguístico natural se transforma la creación, ya que es a través de la distancia que se asume desde el nuevo territorio, que nuestra percepción y comprensión se transforman. Es a través de esta “extrañeza del idioma” en un país que no es el nuestro como lo dice Julia Kristeva, que sentimos la necesidad de crear un yo capaz de decir “yo”. Es de esta manera que podemos modelar un trabajo de escritura para que sea una realidad textual que no separe al enunciador de su enunciado y sitúe al autor(a) en el centro de su creación.
De esta forma cambiamos el valor de una persona en su forma simbólica, pero también en tanto que forma verbal, la humanizamos y la aproximamos de nosotros. Es a raíz de esta dimensión humana, tanto como gramatical, en el sentido que debe construirse a partir de un yo que se muestra firme en el instante de marcar su huella, que he deseado explorar las relaciones entre varios escritores y escritoras con la mía, no solo para abandonarlos a su desarraigo individual, sino para comprender cómo pueden revelarme la fuerza de una experiencia extraterritorial que es suceptible de destruir el interior del autor(a) y que deja, sin duda, una marca afectiva en el idioma escrito que será su realidad formal. Porque, como lo decía Barthes, toda forma es también un valor. Es el producto de la relación entre el autor y su tiempo, es lo que sirve para modelar un estilo y será su marca personal. Yo no he deseado aseptisar ningún trabajo, al contrario, he querido dejar transpirar sus marcas vitales, ya que esta dimensión afectiva me parece primordial para entender mejor el sentido, considerando todo análisis de una escritura como un análisis del lenguaje. Es decir que el lenguaje supura, transpira, escupe, sacude, llora, araña-
Entonces, he buscado escritores que, como yo, habían rozado los límites de una experiencia de desarraigo, confrontados a situaciones en la cuales su identidad se ha visto realmente expuesta a una tensión entre el yo individual y el exterior y que se traduce en una marca violenta en su lenguaje. En lo que concierne a las mujeres, creo que toda inocencia se rompe en el instante que se elige un pronombre gramatical. O cuándo la escritura se convierte en una forma de organizar un caos interno, en una tabla de salvación. Una de las preguntas fundamentales es esta: ¿cómo y por qué decimos Yo en el instante en que escribimos un texto, cuándo se transforma en un acto de supervivencia para ser enseguida una forma de asumir la palabra en su dimensión política? Toda escritura es para mí una forma de oponerse a las cabezas “bien pensantes” ya que expresamos, como sea, una visión personal de la Cité. Esta forma de resistenca no busca una destrucción del lenguaje (como lo hubiera pretendido el poeta Mallarmé), o un valor añadido por el trabajo al oficio de escritor(a), como lo fue en cierta medida para Flaubert, sino una resistencia a la desaparición de la subjetividad del autor. Mi teoría es que esto se construye solo a partir del deseo, una máquina de deseo que funcione.
En mis múltiples investigaciones tomaba en cuenta varias dimensiones del análisis del texto: el sicoanálisis, porque explora las dimensiones escondidas que fundan la estructura de una persona que habla en primera persona, la semiología y la teoría literaria, así como la linguística general, en función de su relación con la historicidad del lenguaje y del vínculo de identidad entre las cosas y los nombres; además de la crítica estructuralista que ignora la importancia del autor (lo que rechazo es la idea de inmanencia), sin olvidar la fenomenología que sitúa a la persona en una situación concreta.
En lo que concierne a los autores principales necesarios para construirme una idea crítica de mi trabajo, me he acercado siempre de aquellos que se desnudan sin tener miedo a la exposición en palabras, aquellos “suicidas de la sociedad”, los parias, los negros, los árabes, las mujeres, para así crear en mi interpretación una visión polivalente y mestiza de la obra escrita.
Es una de las razones por las cuales mi crítica siempre se empeña en hacer una interpretación abierta del proceso de creación, como un esfuerzo de diferenciación en la escritura y como una respuesta a una representación clásica del cuerpo de la mujer. Por esta razón, me han interesado los trabajos de Paul Ricoeur, en lo que concierne al concepto de dimensión de supervivencia, o los de Julia Kristeva y Roland Barthes en lo que se refiere a la extrañeza del idioma, y Benveniste, Saussure, y Claude Lévi-Strauss en lo que concierne a la linguística y la antropología. Pero antes que nada me fascinó descubrir a Emmanuel Lévinas, quien me hizo ver en todo lenguaje afectivo socializado la aparición del rostro del otro como ética.
De una forma más general, empecé a interesarme en autores que, de una manera u otra, reconocen en la escritura el trabajo estructurane del idioma, su relación con la historia (incluso cuando reuuncian a ella como es el caso de los estructuralistas), sin ignorar la dimensión subjetiva de un idioma que, a mi modo de ver, representa el trabajo de escritura como huella y supervivencia. Más que nada no he podido ignorar la dimensión afectiva de la escritura, el pathos implicado en la ejecución de la huella escrita, cartografía vital que implica la existencia de una voz para decirla y construirla. Más que la construcción de conceptos claros me interesaron siempre las sensaiones, los sentimientos y padecimientos.
Es entonces también a través de las relaciones de identidad con el lenguaje, sobre todo como trabajo de diferenciación y ficcional (las imágenes que se proyectan sobre cada persona incluyen el yo del autor(a), que deseo comprender la voz enunciadora. Por eso mis lecturas beben de ciertos aportes de la teoría de Mélanie Klein en la formación del lenguaje simbólico del niño. Me he interesado mucho en los estados pre-linguísticos y pre-edípicos en tanto que constituyen el lugar de formación de la subjetividad anunciada por Lacan. En suma, todo proceso de identidad y apropiación, en la mujer como en el hombre, es linguístico, de la misma manera que para Lacan, el subconsciente es lenguaje.
Se trata para mí de sacar la máscara y descubrir el rostro irreductible al género, al color de piel, o a su edad, un rostro que nos habla y nos cuestiona. Proceso que no sucede sin trauma afectivo. La exposición al sol, cicatriza las heridas pero esa cura, duele. Marguerite Duras decía que “ella no sabía si era escritora, porque era demasiado traumatizante hacer un libro”. Esas apuestas, esos desafíos que se afrontan en el instante que decidimos producir un texto, son las razones que he tratado de analizar apoyándome en los trabajos de varios escritores en la línea de Flora Tristán y Lautréamont. Marcar los contornos de la gestación de un texto, me pareció siempre importante para saber en qué medida esas relaciones son una forma de respuesta política, existencial y contemporánea a la desaparición del autor(a).
[1] Defino Huella como la Marca, la huella que deja cada autr en su obra.
[2] El Palimpsesto tiene orígenes referenciales muy antiguos, utilizar un manuscrito antiguo para escribir de nuevo sobre él, pero también se usa en arquitectura y sobre todo en literatura para señalar un texto que se construye por destruccción y construcción sucesiva. Yo me permití el neologismo Palincesto para marcar las relaciones de poder entre un idioma y otro, entre un género y otro, las endogamias y los procesos de alienación con los contenidos dominantes.

lunes, 17 de agosto de 2009

Por qué Venus Proscrita

Desde hace mucho tiempo he venido pensando en la idea de un blog distinto del de mi Palincestos, que es mucho más un diario personal, un espacio que puede ser compartido donde se puedan hacer talleres, generar debates, colgar material muy distinto sobre las voces independientes e insobordinadas. Las luchas por el pensamiento independiente no han cesado, tampoco la reivindicación de los derechos de aquellos que son marginales, y siguen siendo oprimidos: mujeres, hombres, niños....
Por eso, la Venus proscrita es aquella, o aquel, que proscribe (valiéndome de esta palabra que si separamos da pro-escribe), que lucha, que no retrocede, que avanza y crece. La imaginación al poder y el poder a la imaginación.

No olvidemos esos antecedentes de lucha por la libertad... Tal vez hay que recordarla siempre...