lunes, 16 de septiembre de 2013

La continuidad de los personajes

Es importante decir las cosas en el momento que se las piensa. No dejar pasar ese tiempo, detenerse. Hay varias ideas que me vienen dando vueltas alrededor, la falta de continuidad en nuestra historia como país, como grupo humano. He estado viendo reportages sobre el golpe a Salvador Allende en 1973, las imágenes son intensas. Yo tenía ocho años y no recuerdo casi nada. No tengo imágenes, menos aun comentarios. A lo mejor mi mamá dijo algo en algún momento del desayuno, que había sido terrible, "horrible", hubiese sido más bien la palabra usada por ella (sobre el "uso del lenguaje de mi madre", tendré que hablar en algún momento). Nuestro desamparo es completo. Sentimos que la historia que vivimos, los tiempos del General Velasco Alvarado, son terribles, mi madre anuncia momentos complicados, más vulnerabilidad. Y en grandes dosis.  Creo que asociaba su vida a la historia colectiva, lo  que hacía crecer su angustia y la sensación de desamparo, no la comprendía tampoco. No podía inscribirla en el futuro. Esa es la manera cómo ella, sus amigas, su familia, vivían esta parte de nuestra historia,  lo que no sé es ¿por qué yo tengo tantas lagunas? Como cualquier joven contemporáneo desconozco muchas partes de mis historia. Aquí viene una idea: esas lagunas son la explicación al apolitismo de mi juventud, a ese no saber "quién soy", no sabe reconocerme, no saber cómo hablar. Ni nombrar. No saber llamar a las cosas por su nombre, tener una vaga idea de los miles de desaparecidos en el período de la dictadura de Pinochet en Chile, no saber quién es Víctor Jara, Violeta Parra, Ima Súmac, esas son algunas lagunas que he arrastrado por mucho tiempo y, de alguna manera, la literatura me ha puesto en contacto con su lado concreto y  real. Me ha llevado a mirar las cosas de frente y a tratar de comprenderlas como en un pacto de verdad que recompone las faltas de una educación amnésica, con espacios en blanco. Mi educación en la etapa de adulta está llena de olvidos voluntarios y yo era incapaz de indagar. Era pasiva. La verdad efímera, minúscula en la obra es ya un comienzo para destapar todos esos temas que son tabú, los que se relacionan con la condición histórica de mujer, con la imagen cultural de mi propio sexo, poco a poco  puedo decir lo que realmente  siento. Además ahí donde hay "obra", hay sentido, hay razón de ser.

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Durante la adolescencia,  había algo intolerable, infame: los insultos que los jóvenes de mi edad podían lanzarme desde una esquina, insultos racistas o sexistas. El idioma puede llegar a ser brutal, incluso totalitario, el idioma es mucha veces una dictadura.  A veces salgo con una falda muy alta y alguien se me acerca a preguntarme quién me creo, ¿una reina? ¿Soy una loca, una cualquiera? ¿De dónde saco ese gorro azul con el que me paseo por las calles? Es otra joven de mi edad quien me ve como una arrogante. Yo solo quiero "distinguir me", soñar con otra vida, otro modelo de mujer, lejos de las cocinas y de las guarderías.

No tengo modelos de mujer en quien reconocerme, aunque sí, mi madre es también "mi doble", yo vivo su separación como mía, su frustración, su desconcierto en una sociedad que señala, como míos. Hay algo todavía más importante. No encuentro libros que me den esa imagen que busco, que me hagan soñar con mi libertad. Descubro a Virgnia Woolf, lo dije en un artículo sobre ella, Las olas, en la biblioteca del Instituto británico, en la avenida Arequipa. Respiro. Alguien siente, pensó, como yo.

Esa falta de personajes femeninos en los cuales reconocerme siempre me ha pesado. Yo no quería a "las madres lloronas, las mujeres desesperadas por un marido," quería Colettes, Madames Bovarys, sí, Jane Eyres, Catalinas como la de Cumbres Borrascosas.... Siempre han sido pocas, siempre he podido contarlas con los dedos de la mano.

Nos faltan esos textos, esos testimonios que nos permitan recorrer el idioma y su memoria. El idioma tiene memoria, y es por eso que en algunos libros, el último por ejemplo, sentí que debía recorrer esa memoria de los años setentas y ochentas, incluso con sus lagunas. Es también comprender el sentido de todos esos años, comprenderlos, darle esa continuidad que no tienen. Todo mi trabajo está abocado a eso: poner un sentido a todo ese magma de imágenes. No sé por qué elegí el idioma,  su duración, su capacidad escénica. Lo importante es poder decir las cosas. Y entre nosotros hay vacíos que no se han llenado. No podemos decir ciertas cosas porque no vemos continuidad, las mujeres no tenemos esos "significantes" que es son el aparato simbólico, fundamental, en nuestro idioma y dentro de nuestra una realidad concreta, social. La literatura no está "fuera de la vida", está dentro de ella, es su nervio, su carne. Hay que atreverse a atravesar ese espacio entre el lenguaje convencional y el simbólico, darle a los libros una respiración nueva, una presencia concreta. No más alegorías, no más desvíos, ir al centro de las cosas.

A esta idea volveré, a la necesidad de esos retratos de mujer, de esa galería que se tiene que llenar de nuevos rostros.

El hilo de oro que funciona como columna vertebral y nos mantiene erguidas para caminar.

A caminar...

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