jueves, 8 de marzo de 2018

Por un feminismo decolonial

Descolonicemos el feminismo


Nunca antes hemos oído hablar tanto de feminismo. Estos tiempos son a la mujer como el siglo XIX a los grandes descubrimientos que revolucionaron nuestra vida cotidiana, la electricidad, la locomotora, la fotografía y el surgimiento de la industria, antes de entrar al siglo XX y descubrir, con Sigmund Freud, que las mujeres poseíamos un cuerpo, uno que desde el inicio de la historia va a ser considerado como el principal problema de nuestra existencia: ¿se nace mujer o se llega a serlo?
La gran pregunta que confunde a muchas mujeres (y hombres) es si el sexo es también el género, si el hecho de poseer un órgano sexual determinado hace que estas dos personas sean destinadas a una historia humana diferente.
Empecemos por ahí y digamos que la historia de las mujeres sería entonces: sometimiento, maltrato, invisibilidad, pobreza, marginalidad, en suma, un conjunto de vejaciones contra aquellas que llevan el nombre de “mujer”, palabra que remite a la persona de sexo femenino. Y es esta última palabra la que plantea una serie de complicaciones a todas las mujeres del planeta, si la “feminidad” es algo que adquirimos a través de la educación, de la cultura, de la vida en sociedad, o si esencialmente estamos marcadas por nuestro sexo de origen y poseemos calidades humanas distintas de las de los hombres: somos más sensibles, más organizadas, más sacrificadas, más solidarias, etc…
La antropología estructural nos invitó a pensar que hay estructuras universales similares a las del lenguaje en todas las culturas. Es decir, tendemos a clasificar y a ordenar de forma binaria, bueno malo, arriba abajo, etc. ¿Qué sucedería si hubiese “un o una” tercer.a ecxcluido.a ese trans- atravesado.a en nuestro camino, alguien que no se identifique con ninguno de los dos géneros o sexos?
Grave problema, el miedo es que terminemos hibridizando el género a tal punto que nadie se reconocerá en ninguno, que la feminidad se vaya al basurero, que los hombres sean como las mujeres y las mujeres hombres, en realidad el miedo es a una confusión general. Nosotro.as que tenemos una historia milenaria pero que parece que hubiésemos empezado a existir solo en el siglo XX, ¿de veras creemos que lo.as antiguo.as habitantes del Perú pensaban igual, y cuándo empezó entonces esta clasificación que parece enloquecer a mucha gente? Seguramente muchos y muchas dirán, con la llegada de los españoles, ¿correcto?, con la llegada de la religión católica. Y quizás ahí estemos avanzando un poco más, al hacernos la pregunta de si lo que creemos que es una verdad inamovible pueda ser relativa o analizada en su contexto. Bingo. Estas clasificaciones son parte de la dominación ancestral de las mujeres, no solo estamos dominadas por una sociedad patriarcal, binaria, discrimanadora  con lo que somos y representamos, sino que estamos doblemente dominadas al adquirir conceptos e ideas en cuya elaboración no hemos participado, o sea,  que han sido impuestas.

Las mujeres en América latina hemos sido inmediatamente clasificadas como inferiores, racializadas como la parte negativa de la versión positiva de una mujer ideal: la europea blanca. Esto está en el imaginario de cualquier habitante del Perú, que sea del ande, de la costa o de la selva. De ahí que la “belleza” sea un valor que solo se atribuye a las mujeres de rasgos occidentales, o que liman sus rasgos más mestizos, ya sea con el maquillaje o con la vestimenta (Ver Piel negra, máscaras blancas, Frantz Fanon). La actriz Magaly Solier es un ejemplo de discriminación, la llaman “huanaco” (en masculino) porque no se considera que una mujer mestiza, aunque hermosa, pueda alimentar la libido de una mayoría de hombres colonizados por el patrón extranjero de belleza.
Sin embargo nuestra colonización no es solo a nivel de patrones de belleza, de cuerpos de mujeres catalogados como atractivos o “desechables”, está en nuestro lenguaje que se ha mimetizado con la economía y que produce solo cifras abstractas que ignoran a las personas que se encuentran detrás de esas cifras. En una sociedad neoliberal como la nuestra la “monetarización” de la parte humana termina produciendo la brutal explotación del congénero o del otro opuesto, termina legitimando cualquier expropiación, de paso, las mujeres en el Perú hemos sido expropiadas de nuestros cuerpos sometidos a una legislación controladora y castigadora. La iglesia manda. No es una sociedad laica y mucho menos igualitaria ni una que aspira a serlo, la sociedad entera observa perpleja las rudezas de ese paisaje sin atreverse a transformarlo. ¿Por qué se preguntarán muchas personas? Porque la mayoría recibe una educación de unas elites patriarcales, arcaicas, y bastante colonizadas. Hay un corte eléctrico cada vez que alguien quiere referirse a un pasado indígena, porque esto significa identificarse con la historia de lo.as perdedores y lo.as dominado.as que es la historia de nuestro país, la historia de una dominación, de un fracaso épico. ¿Cuándo dejaremos de ver la historia de esa forma? No lo sé,  hay que reescribir la historia y atreverse a usar el lenguaje de manera distinta de la que nos han enseñado.
Las mujeres, mal pagadas, discriminadas y maltratadas por un idioma plagado de prejuicios hacia ellas, inferiorizadas y brutalizadas por ese mismo idioma, deben aprender a hablar solas y en voz alta, a pensar con otras palabras, a ser, como diría Foucault, al hacer una crítica importante a los dispositivos de poder, instauradoras de discurso, he ahí lo que le toca esta lucha feminista en estos tiempos.

¿qué tipo de feminismo queremos?

Difícil lograr consenso entre mujeres con historias tan distintas, y en situaciones sociales diferentes. La primera muestra de que existe un feminismo de clase es la reciente tribuna publicada en un diario francés donde un grupo de mujeres de clase acomodada reivindicaba su derecho a ser “acosada”, por resumirlo en términos generales. Otro ejemplo es la negación de varios colectivos de mujeres a asumir la huelga general del 8 de marzo en diferentes partes del mundo, por considerarlo como “capital de un feminismo blanco y hegemónico”. Las primeras mujeres no veían un problema en el acoso, y, desde una perspectiva de clase, la economía y el estatus social que las protegía, reclamaban su derecho a ser también consideradas como parte del grupo femenino. Las segundas, no se sienten incluidas por formar parte de la población más vulnerable, la más borrosa, la más silenciada. Ellas no paran porque si lo hacen pierden el trabajo, simplemente. Existe el feminismo “interseccional” que atrae a las mujeres discriminadas por su color de piel y su situación social (negras, indígenas, trans) haciéndonos ver que no es lo mismo ser una feminista blanca, que una feminista negra y pobre. O chola y pobre. Ya vimos que ni siquiera la fama o la fortuna logra convertir a las mujeres inferiorizadas por su color de piel en una mujer “deseable” por el mundo colonizado por las series de televisión y el mainstream mediático. Estas mujeres tienen otra lucha concreta que librar, instalada desde que se produjo la distribución del trabajo por etnia y género, desde hace mucho tiempo. Pensemos en las empleadas domésticas en el Perú, ¿hay elección y cómo podemos ver a tantas mujeres supuestamente “feministas” explotando sin remordimientos a mujeres que bajan de la sierra en busca de un poco de pan? La pregunta entonces es si podemos aspirar a condiciones de reconocimiento iguales en el mundo entero, ¿el feminismo puede ser un movimiento universal? Yo creo que en su definición, de “qué es el feminismo”, puede llegar a pactos universales, sea donde sea será una lucha contra los poderes que traten de neutralizarlo con patrañas, calumnias o difamaciones, pero no podemos pensar que todas las mujeres estén en condiciones de pelear y luchar por sus derechos, muchas no pueden ni siquiera detenerse en el ajetreado vaivén de su vida cotidiana, o sea, naveguemos, surfeemos entre varios feminismos comprendiendo que lo importante es que se produzca esa transformación cultural a nivel de representación sobre lo que somos. Tenemos que pensar que, incluso cuando Simone de Beauvoir escribió su ensayo El segundo sexo, no se había tomado en cuenta (cosa que reconoció después), que no bastaba con la lucha de clases, implicarse en ella, que habrá que librar una lucha paralela, anticapitalista, contra la deformación de lo que somos como personas: la instrumentalización y el valor de los cuerpos. Hay que construir, deconstruir, remontar, luchar, en suma, renombrar (Flora Tristán dixit) este mundo que nos ha desfigurado hasta perdernos en el camino, nos toca encontrar el camino de regreso.
La herramienta más poderosa de inclusión es el lenguaje, ahí cada mujer podrá dejar la piedra que inscriba su historia, su rostro y su nombre en la a-historización impuesta, pericia técnica para neutralizar y dividir una lucha que no puede ser postergada, ni recuperada para ser convertida en un remedo, una propaganda, o un ascensor para la visibilidad. Es una revolución cultural, espistemológica  (otras formas de conocernos) y espiritual, porque ¿cómo hemos hecho para llegar hasta aquí cargando tanta brutalidad, cómo hemos construido relatos, historias, textos, testimonios? No podemos fijarnos el concepto de la diferencia y la arcadia comunitaria, por esa razón creo que, desde una perspectiva distinta de las mujeres europeas o norteamericanas, el feminismo que puede incluir a todas esas mujeres aun no inscritas en la lucha es el feminismo decolonial.


Léxico:

Feminismo  esencialista o diferencialista

Las esencialistas proclaman  el derecho a la diferencia entre los sexos. Ellas valorizan de esta manera una “naturaleza femenina” y especificidades propias a las mujeres que son definidas como la antítesis de las de los hombres.

Figuras de referencia: Antoinnette Fouquet, Julia Kriteva.

Feminismo universalista

Para las universalistas la diferencia biológica no explica las diferencias de comportamiento. Ellas rechazan la existencia de una “esencia femenina” y rechazan los estereotipos de género, de identidad femenina que son, según su punto de vista una construcción cultural que deriva de políticas sociales.

Figura clave: Simone de Beauvoir

Feminismo Queer

Para luchar contra la dominación masculina, este feminismo instaura una  crítica a la heterosexualidad cómo régimen de poder y disciplinamiento, ubica a los cuerpos como receptores discursivos que adquieren el género a través de la repetición práctica y constante de unas caracterísitcas concretas. La sexualidad y el cuerpo son considerado un instrumento de poder.

Figura clave: Judith Butler.

Feminismo interseccional

En esta corriente el problema de la igualdad trasciende el problema de los sexos y apunta a integrar una reflexión  más inclusiva que pasa por una convergencia des luchas contra todas las discriminaciones y presiones de sexo, raza, y género. A esto hay que añadir el feminismo islámico que integra también la religión del islam como instrumento de cambio.

Figura tutelar: Kimberlé Crenshaw

Feminismo decolonial

Este feminismo intenta analizar los instrumentos con los cuales las mujeres nos representamos a nosotras mismas, las dominaciones simbólicas, los servilismos, y la colonización de las mujeres a través de los relatos y narraciones tanto en ficción como en la historia. El cuerpo imaginado de las mujeres no occidentales y no blancas. Este feminismo piensa que además de luchar contra los determinismos del género y la repartición binaria del idioma, se debe aportar nuevos conceptos de sexo y de género.


Figura de referencia: Frantz Fanon.

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